viernes, 7 de noviembre de 2008

El mar, mar de otras aguas se extiende con nuestro dedo índice para señalar que son otras las orillas. Orillas doradas. La tierra se estremece y vomita sangre, sangre que arrojaron duros golpes y en la casa vieja el viento acaricia el agua de la “quebrada” con tormentas atormentadas que azotan con látigos de verdugos la playa y sus amaneceres.

Encajes de vientres azules y aguas saladas que permitieron, alguna vez, sentarnos en aquel el sol que pintamos en nuestra infancia querida. Ahora, vivimos en casas destruidas con luces moradas, con agujeros de plata que acechan las ventolinas como bellas serenatas en donde las telarañas de nuestras casas bonitas se borran en lontananza cuando la noche cae.

Siento luces en mi mente y en mi rostro oscuridad: vericuetos y rodeos y deseos de regresar y buscar la paz que tanto ansío y los recuerdos que tanto amo.

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